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martes, 19 de junio de 2012

El primer día del padre de Alberto


El domingo fue el día del padre en Perú (y en Hungría y en la mayoría de países de Latinoamérica) y aunque estábamos en Italia y ahí se celebra el 19 de Marzo, día de San José, como en España, para nosotros, éste fue el primer día del padre de Alberto.


La verdad no tengo mucho que contar sobre este día porque temprano en la mañana Alberto salió de viaje y no lo pasamos juntos mucho tiempo pero quería escribir sobre esto para que cuando nuestro hijit@ lea este blog, sepa cómo fue el primer día del padre de su babbo (como se dice cariñosamente “papi” en italiano).

Alberto no se acordaba que era el día del padre en Perú (aunque si me había escuchado coordinar el regalo que le estaba mandando yo a mi papá) y si se acordó, así como yo en el día de la madre, tampoco lo relacionó mucho con él mismo. Así que cuando abrió el ojo en la mañana y yo –que estaba leyendo en  la cama porque ese día “madrugué”- le pregunté si se había despertado (es una broma interna nuestra, cuando no nos queremos levantar el fin de semana nos preguntamos mutuamente si ya nos hemos despertado y los dos decimos que no aunque estamos con los ojos bien abiertos) él me respondió como siempre que no y yo fui corriendo a sacar de mi maleta la bolsita de su regalo y se lo di. Lamentablemente esta vez Alberto EFECTIVAMENTE NO SE HABÍA DESPERTADO y, como seguía más dormido que despierto, se demoró varios minutos en captar lo del regalo y el día del padre.

El regalo era muy sencillo, era un monedero que él me había pedido no hace mucho para poder separar las diferentes monedas que normalmente “colecciona” en la casa como consecuencia de tanto viaje. Era chiquito, de cuero y azul. Lo más lindo era la envoltura que era plateada y se cerraba con un sticker de una jirafa (como nosotros nos referimos cariñosamente al bebe) en pañal. Adentro puse una tarjetita (con la misma jirafa) que decía “¡Feliz primer día del Padre Babbo! Ti amo!” firmada por el bebe (con los dos potenciales nombres por si el doctor se equivoca y no es lo que dijo que sería).

Conforme pasaron los minutos Alberto se empezó a emocionar más y más y me agradeció muchas veces el regalo durante las dos horas y media que estuvimos juntos antes que nos separáramos por su viaje. Yo, por supuesto, como no podía ser de otra manera en situaciones importantes durante el embarazo, me emocioné hasta las lágrimas (pero esta vez no a sollozos, sólo lágrimas) cuando le entregué el regalo (y por los siguientes 20 minutos, mientras seguía leyendo mi libro).

Fue un día del padre simple, no duró mucho la celebración pero fue significativo para los dos, creo que especialmente para Alberto. Quizás para él ese haya sido uno de los pocos días (u horas) en los que en verdad se ha sentido papá, en los que a él le ha tocado sentir la realidad de nuestra “dulce espera”.

domingo, 10 de junio de 2012

¿Y ahora? ¿Cómo seremos de padres?



El otro día, una amiga que también está embarazada por primera vez me dijo (entiéndase “me escribió” porque nos estábamos mandando mensajes por Facebook) que siempre se preguntaba si sería una buena madre y que por qué no escribía sobre eso. Ahí me di cuenta que no me había puesto a pensar mucho –casi nada- en el asunto y de hecho debería ser una de las cosas en las que más debería estar pensando. Hasta ahora he estado más preocupada por la parte logística de la llegada del bebe (viendo lo del contrato de Alberto, mirando potenciales departamentos para mudarnos, averiguando dónde se compran cosas para bebes en Budapest, qué trámites burocráticos hay que seguir para dar a luz en Hungría, etc.) que por cómo van a ser las cosas cuando ya esté aquí.

Luego de pensarlo un rato (no mucho tampoco) me di cuenta que si no he pensado antes en mis futuras habilidades de madre es porque creo que confío en mi instinto (quizás equivocadamente, tomando en cuenta que nunca he sido muy maternal) y en que, habiendo tenido el ejemplo de mi mamá, seré una madre parecida a ella (con ser la mitad de buena creo que me doy por bien servida). De hecho, para la mayoría de personas el referente más inmediato de cómo ser (o no ser) buen padre son los propios progenitores y por eso el mío es mi mamá y ella siempre me dijo que, como yo, nunca fue muy maternal y nunca le tuvo mucha paciencia a los niños, hasta que fueron sus hijos. Así que si ella, habiendo sido así como soy yo, hizo un tan buen papel, yo confío en que a mí también me salga bien el rol de madre. Además, como nadie nació sabiendo ni es el padre perfecto, estoy segura que iré aprendiendo en el camino (y desde ya le pido perdón a mi hijit@ por los errores que seguro voy a cometer en los próximos años y que sólo serán fruto de mi intención de hacer lo mejor que puedo por él/ella).



Pero el que no haya pensado en qué tal madre seré no quiere decir que no me haya preocupado por otras cosas relacionadas con la maternidad o con la crianza de mi hij@. Hay un tema que me viene dando vueltas en la cabeza incluso desde antes de salir embarazada y que de alguna manera siempre trato de bloquear de mi cerebro (como suelo hacer con las cosas que me generan angustia): el cómo vamos a hacer Alberto y yo para conciliar nuestras diferencias culturales.

En toda pareja, incluso en las más usuales, las de dos personas que vienen del mismo país e incluso de la misma ciudad (a veces hasta del mismo barrio), con la llegada de los hijos siempre hay ajustes que hacer, detalles que pulir. Nunca dos personas han sido criadas de la misma manera y, por lo tanto, hay que buscar (y encontrar) una forma de crianza que satisfaga a los dos padres. En nuestro caso la cosa es aún más complicada. No sólo hemos sido criados de maneras MUY distintas (las personalidades y estilos de nuestros padres son totalmente diferentes) sino que, además, venimos de países distintos y culturalmente pensamos distinto.

A veces parece hasta tonto pero asuntos que una pareja unicultural se dan por descontados o son “obvios” en una pareja mixta como la nuestra no lo son. Por citar un par de ejemplos: en Perú (y creo que en la mayor parte de la América Latina) a las mujercitas se les pone aretes en el momento en el que nacen (o por lo menos salen del hospital con sus aretes puestos, aretes que por lo general son el típico regalo de los abuelos). En Italia (y también en Hungría, por lo que me imagino que es algo generalizado en Europa), no. En Italia ven casi como una mutilación el que a una niña tan chiquita se le pongan aretes y se le haga sufrir luego de lo traumático que ya ha sido el parto. Para ellos, la decisión de ponerse o no aretes debe ser tomada por la niña cuando esté más grande o incluso cuando sea adolescente (una de las amigas de Alberto me contó que se hizo los huecos en las orejas por primera vez a los 15 años, una amiga mía húngara se los hizo a los 20 y mi suegra no se los hizo nunca). Entonces, en el caso que nuestro bebé sea una niña, tendremos que tener una conversación que a las parejas “no mixtas” no se les habría ni ocurrido (de hecho, yo no me había dado cuenta hasta que un día, paseando por Monza con amigos de Alberto, uno de ellos hizo un comentario de sorpresa sobre una niña en cochecito que tenía aretes y ahí me explicaron el por qué de su extrañeza).

Otro ejemplo es el hecho que en Perú (o al menos la gente que yo conozco) los niños le llaman “tío” o “tía” a todo adulto que conocen, ya sean familiares de verdad o amigos de los papás. En Italia eso tampoco es así -cuando recién conoció a mi “familia” (entre comillas porque yo considero familia todos esos tíos que en verdad no lo son),  Alberto estaba confundidísimo porque no entendía nada y no sabía quién era tío de verdad y quién un amigo de familia. Allá, tíos son los hermanos de los padres y de los abuelos, -ni siquiera los primos de los padres (que son considerados también primos)- y, por lo tanto, sólo a ellos se les llama “ti@”.

Y esos son sólo muestras, ejemplos de diferencias culturales macro, hay muchas más que afectarán de manera directa la crianza, el día a día de nuestros hijos. La conclusión es que junto al proceso usual que toda pareja tiene que atravesar en la búsqueda de un sistema de crianza propio, nosotros tendremos algunos “obstáculos” culturales adicionales, obstáculos que además, aunque siempre existen (incluso cuando sólo somos los dos) normalmente se hacen más evidentes en temas y ocasiones importantes (la organización de nuestro matrimonio fue la primera vez que fui consciente de que para nosotros varias cosas iban a ser más difíciles) y que, como pareja, ya más o menos habíamos conciliado (con no pocas batallas) y que ahora tendremos que trabajar en nuestra faceta como padres. Y, para qué negarlo, me da un poco de miedo.

Justo ayer le comenté a Alberto que este tema me estaba atormentando (él no veía tanto problema en el asunto… de hecho, él desde antes estaba convencido de que, como de pareja estábamos tan bien “afinados”, ser padres iba a ser facilísimo… ¡iluso!) y empezamos a hacer una especie de lista de reglas básicas que nos gustaría tener con el bebe (leí que era bueno hacer esto en mi libro de cabecera del embarazo y en otros lados). A pesar de que desde el inicio de la lista empezaron a notarse las diferencias también hubo varias coincidencias que me dieron tranquilidad así que, aunque veo avecinarse varias batallas (cada uno tratando de defender e inculcar al bebe su “italianidad” y “peruanidad” respectivamente), creo que al final no va a ser TAN difícil (o al menos eso espero).

lunes, 4 de junio de 2012

Nuestra primera clase de yoga


Hoy, después de una búsqueda incansable -tanto online como por las calles de Budapest (hubieron dos estudios que busqué bien vestida de yoga y que jamás encontré en las direcciones que aparecían en internet)-, mi hijt@ y yo tuvimos nuestra primera clase de yoga prenatal.

Sinceramente, me gustan más las clases de Yoga Agni y Vinyasa (especialmente las de Agni) que tomaba antes de salir embarazada pero debo admitir que estas clases prenatales parecen bastante útiles. Éramos cinco mujeres en la clase, la “menos embarazada” –con mis 13 semanas exactas- era yo. Una de ellas tenía 32 semanas, otras dos estaban bien pasadas las 20 y había una más que tendría algunas semanas más que yo a juzgar por los tamaños de las panzas de cada una. Yo era también la más nueva en la clase y la única que no hablaba húngaro.

Cuando llegué, la profesora me dijo que tomara un mat de yoga, dos colchas (¿?) y dos almohadas largas (no eran tanto almohadas sino una especia de cojines en forma de tubo) (otra vez, ¿?). Agarré mis cosas y me instalé al final del salón.

“Gracias” a mi falta de húngaro, la clase se tuvo que volver bilingüe (la profesora me dijo que las podía hacer bilingües hasta que yo le diga que ya entiendo las indicaciones en húngaro…o sea que podemos asumir que seguirán así hasta diciembre que me toque dar a luz). Felizmente, esto no pareció molestar a mis demás compañeras de clase. Lo que sí, era un poco complicado para mí porque el húngaro y el inglés se intercalaban y tenía que estar atenta a que no se me pase la indicación en inglés en medio de tanto húngaro (porque además, siendo la profesora húngara, las partes en húngaro eran mucho más largas y detalladas que las de inglés así que si no estaba “mosca” me las podía perder).

A diferencia de mis clases “pre-embarazo” de las que salía empapada de sudor y muerta del cansancio, esta vez no derramé ni una gota y la verdad tampoco me tuve que esforzar mucho salvo por un par de estiramientos (todo el progreso que había logrado parece que lo perdí en estas 10 semanas de para forzosa). Me imagino que esto tiene que ver también con  el hecho que aún no cargo peso adicional en la panza, ya iremos viendo cómo me va después.

Esperaba una clase de yoga más “normal”, con muchas asanas (modificadas para embarazadas claro) y más movimiento y lo que encontré fueron muchos ejercicios de relajación y respiración, de control de músculos perineales (que hasta antes de hoy no tenía idea de qué eran pero resulta que su entrenamiento y fortalecimiento facilita el parto, puede impedir que te hagan una episiotomía y facilita la recuperación de “esa zona” post parto), de estiramientos pélvicos, varias posiciones que facilitan el trabajo de parto e incluso la salida del bebe y hasta unos minutos de “baile” (por si se quedaron con la curiosidad, resultó ser que las frazadas y cojines eran para facilitar algunas posiciones sobre todo en el caso de las chicas más panzonas). Al principio estaba un poco decepcionada pero al final de los 90 minutos, si sentí que las clases valen la pena, que me van a servir y ya me compré mi pase de 10 clases para ir dos veces a la semana de ahora en adelante.

Aunque todavía me siento desubicada poniéndome en cuatro patas en posiciones de trabajo de parto o aprendiendo técnicas de respiración, si creo que este tipo de clases te conecta de una manera especial con el bebe y sólo por eso vale la pena ir desde ahora. Desde el inicio, te piden que le hables a tu hij@ y que le digas que vas a empezar la clase, que él/ella también se relaje, que te toques la panza, que le avises que ya va a acabar. Es más, en la parte de relajación final te piden que mientras te vas relajando, toques tu barriga en la parte en la que están las distintas partes del bebe para que él/ella también se relaje (claro, como el mío es tan chiquito y no tengo idea de donde está, yo me acariciaba toda la panza pero las demás mujeres sí sabían más o menos cómo estaba posicionado su bebe y dónde tenían que tocarse la barriga).

A pesar de que desde la última vez que fuimos al médico -y vimos que nuestro bebe ya parece un bebe (y no un frejol cabezón) y que más o menos tenemos una idea de qué sexo es (y por lo tanto de cómo se va a llamar)- Alberto y yo hemos empezado a hablarle a mi barriga, la verdad es que siempre lo hemos hecho más de broma (por ejemplo Alberto quejándose de mí por alguna cosa y diciéndole que su mamá es una pesada y yo haciendo lo mismo y diciéndole que no le haga caso a su papá o que no aprenda tal o cual cosa de su papá). Hoy ha sido la primera vez que le he hablado en serio, que le he preguntado si le estaba gustando la clase (porque con lo activo que es fácil se estaba aburriendo con esto de los estiramientos y la relajación), que me he agarrado la barriga con “amor” (aunque esto quizás no sea tan cierto, porque aunque a veces me la agarro por costumbre, siempre lo hago con cariño) y que me he preguntado a mi misma qué estará sintiendo/pensando (o si siquiera puede sentir o pensar algo a estas alturas) con todos los movimientos raros que estaba haciendo. De alguna manera, es linda la clase porque sientes que estás haciendo algo CON tu bebe y, sobre todo, POR tu bebe (claro, y también por ti, porque si en verdad esto va a hacer el parto más fácil, lo va a hacer más fácil para los dos) y porque durante toda la clase eres cien por ciento consciente que eres una mujer embarazada, que requieres ejercicios diferentes (sino estaría en la clase de Yoga Agni que tanto me gusta) y te preocupas en cada minuto en pensar en la personita que llevas dentro. En conclusión, sales de la clase sintiéndote más embarazada que nunca y más cerca a tu bebit@.

¡La verdad, ya quiero que sea miércoles otra vez para ir a mi siguiente clase de yoga!