Hasta el momento tengo la suerte de poder decir
que mi embarazo es lindo y maravilloso, que no tengo ningún síntoma que me
mate, salvo por el esporádico hincón al lado derecho (que ya casi ha
desaparecido por cierto), por ahí un dolor de cabeza leve (pero los tenía
también antes así que por qué culpar a mi pobre hijit@), un poco de sueño (pero
que, aunque está empezando a manifestarse durante el día, mayormente viene de noche, o sea, en la noche
estoy más muerta que de costumbre y en la mañana me cuesta más de lo normal levantarme),
por ahí una sensación de llenura que me quita el hambre (cosa que agradezco
bastante) y unas ligeras –muy ligeras- náuseas que más que darme ganas de
vomitar simplemente me quitan las ganas de comer (¡otra vez GRACIAS!). Ya que
menciono las nauseas, y que esto sea un
paréntesis a mi relato, les cuento que cada vez que le digo a Alberto que tengo
nauseas él se pone muy contento porque, según su lógica, mientras más nauseas o
síntomas (pero parece que en especial nauseas) sienta, más embarazada estoy y mejor
“se ha agarrado el bebe”… Se ve que él no es el de los síntomas…
Si los próximos
8 meses siguen así, no podré más que agradecer a la naturaleza y a quien
corresponda por la buena suerte que tengo.
A pesar de lo que he dicho, debo comunicar que en
todo este proceso si ha habido una primera baja importante en mi alimentación: EL
POLLO. El pollo que normalmente es la carne que como con más frecuencia, que
normalmente me encanta a la plancha, al horno, salteado con verduras o acompañado
de mi típica ensalada… Por alguna extraña razón creo que el pobre pollo (y en
general, la carne, aunque no los embutidos, ¡me acabo de comer una rodaja de
salame sin ningún problema!), no va a ser muy amigo mío en los próximos meses. La
verdad, ni siquiera estoy segura de si lo que siento son náuseas (porque nunca
he sentido creo, no recuerdo jamás haber tenido que correr a vomitar por ningún
motivo), pero si estoy segura que pensar en pollo (o en carne) me da un poco de “guácala”
y que no se me antoja para nada.
Otra cosa que felizmente no se me está
antojando mucho son los dulces. Cero chocolates. Aunque yo históricamente
siempre he sido más de cosas saladas que dulces (excepto por los helados que
siempre son mis favoritos), desde que me casé -y por culpa de Alberto que no
puede vivir sin chocolate, el chocolate se ha vuelto un infaltable en mi vida.
No hay día –o mejor dicho noche- que luego de cenar y mientras vemos una serie
en la tele (serie en DVD porque no tenemos cable) no me coma aunque sea un
cuadradito de chocolate, eso sí, generalmente bitter (o a veces, cuando tengo, un Sorrento o un Sublime). Pues
desde hace unos días puedo pasear con un Sorrento por la casa por horas y no
comérmelo…NUNCA ANTES VISTO. Lo mismo me pasó ayer luego de cenar, tenía ganas
del típico dulcecito, traje la caja de chocolates, la puse al lado mío mientras
estaba en la computadora, dieron las 11 de la noche y ahí seguía la caja,
intacta. Una vez más: ¡NUNCA ANTES VISTO!
Por el momento, las cosas que me dan más ganas
de comer son las cosas frescas, los tomates, los pepinos, los kiwis, así que
vamos bien. He decidido que mañana emprenderé una búsqueda exhaustiva de queso
feta pasteurizado por la ciudad (no creo que sea muy difícil de encontrar, de
hecho, tengo las sospecha que el que comía siempre es pasteurizado) porque se
me antoja mucho una ensalada griega. Esperemos que los “antojos” (aunque en
verdad no siento que TENGA que comer algo en particular, simplemente es una
ligera preferencia por ciertas cosas que además me gustaban desde antes) sigan
por el camino saludable y que mantenga el aumento de peso “a raya” (admito que es una de las cosas que me atormentan un poco, los que me conocen
saben que vivo a dieta porque de respirar engordo así que ahora estoy siendo
especialmente cuidadosa con mi alimentación, especialmente porque el embarazo
me llegó con 4 kilos “post Navidad en Lima” de más).
Bueno, estas son las “bajas” en mi dieta hasta
el momento, esperemos que no sean muchas en los próximos meses y que las que
sean, sean de aquellas no tan importantes, es decir, aquellas que me aportan
nutrientes que puedo fácilmente encontrar en otros lados.