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lunes, 16 de abril de 2012

Bye bye pollo…


Hasta el momento tengo la suerte de poder decir que mi embarazo es lindo y maravilloso, que no tengo ningún síntoma que me mate, salvo por el esporádico hincón al lado derecho (que ya casi ha desaparecido por cierto), por ahí un dolor de cabeza leve (pero los tenía también antes así que por qué culpar a mi pobre hijit@), un poco de sueño (pero que, aunque está empezando a manifestarse durante el día,  mayormente viene de noche, o sea, en la noche estoy más muerta que de costumbre y en la mañana me cuesta más de lo normal levantarme), por ahí una sensación de llenura que me quita el hambre (cosa que agradezco bastante) y unas ligeras –muy ligeras- náuseas que más que darme ganas de vomitar simplemente me quitan las ganas de comer (¡otra vez GRACIAS!). Ya que menciono las  nauseas, y que esto sea un paréntesis a mi relato, les cuento que cada vez que le digo a Alberto que tengo nauseas él se pone muy contento porque, según su lógica, mientras más nauseas o síntomas (pero parece que en especial nauseas) sienta, más embarazada estoy y mejor “se ha agarrado el bebe”… Se ve que él no es el de los síntomas…

Si los próximos 8 meses siguen así, no podré más que agradecer a la naturaleza y a quien corresponda por la buena suerte que tengo.

A pesar de lo que he dicho, debo comunicar que en todo este proceso si ha habido una primera baja importante en mi alimentación: EL POLLO. El pollo que normalmente es la carne que como con más frecuencia, que normalmente me encanta a la plancha, al horno, salteado con verduras o acompañado de mi típica ensalada… Por alguna extraña razón creo que el pobre pollo (y en general, la carne, aunque no los embutidos, ¡me acabo de comer una rodaja de salame sin ningún problema!), no va a ser muy amigo mío en los próximos meses. La verdad, ni siquiera estoy segura de si lo que siento son náuseas (porque nunca he sentido creo, no recuerdo jamás haber tenido que correr a vomitar por ningún motivo), pero si estoy segura que pensar en pollo (o en carne) me da un poco de “guácala” y que no se me antoja para nada.

Otra cosa que felizmente no se me está antojando mucho son los dulces. Cero chocolates. Aunque yo históricamente siempre he sido más de cosas saladas que dulces (excepto por los helados que siempre son mis favoritos), desde que me casé -y por culpa de Alberto que no puede vivir sin chocolate, el chocolate se ha vuelto un infaltable en mi vida. No hay día –o mejor dicho noche- que luego de cenar y mientras vemos una serie en la tele (serie en DVD porque no tenemos cable) no me coma aunque sea un cuadradito de chocolate, eso sí, generalmente bitter (o a veces, cuando tengo, un Sorrento o un Sublime). Pues desde hace unos días puedo pasear con un Sorrento por la casa por horas y no comérmelo…NUNCA ANTES VISTO. Lo mismo me pasó ayer luego de cenar, tenía ganas del típico dulcecito, traje la caja de chocolates, la puse al lado mío mientras estaba en la computadora, dieron las 11 de la noche y ahí seguía la caja, intacta. Una vez más: ¡NUNCA ANTES VISTO!

Por el momento, las cosas que me dan más ganas de comer son las cosas frescas, los tomates, los pepinos, los kiwis, así que vamos bien. He decidido que mañana emprenderé una búsqueda exhaustiva de queso feta pasteurizado por la ciudad (no creo que sea muy difícil de encontrar, de hecho, tengo las sospecha que el que comía siempre es pasteurizado) porque se me antoja mucho una ensalada griega. Esperemos que los “antojos” (aunque en verdad no siento que TENGA que comer algo en particular, simplemente es una ligera preferencia por ciertas cosas que además me gustaban desde antes) sigan por el camino saludable y que mantenga el aumento de peso “a raya” (admito que es una de las cosas que me atormentan un poco, los que me conocen saben que vivo a dieta porque de respirar engordo así que ahora estoy siendo especialmente cuidadosa con mi alimentación, especialmente porque el embarazo me llegó con 4 kilos “post Navidad en Lima” de más).

Bueno, estas son las “bajas” en mi dieta hasta el momento, esperemos que no sean muchas en los próximos meses y que las que sean, sean de aquellas no tan importantes, es decir, aquellas que me aportan nutrientes que puedo fácilmente encontrar en otros lados.

viernes, 13 de abril de 2012

Nuestra primera cita médica.


Hoy fue nuestra primera cita con el doctor. Debo reconocer que estaba un poco nerviosa desde la noche anterior. De hecho no dormí muy bien, mejor dicho, no dormí mucho. A las 5:40am me desperté (en una de mis cada vez más frecuentes visitas al baño) y terminé levantándome 20 minutos más tarde. Luego de una hora de dar vueltas y hacer cosas pendientes, regresé a mi cama y dormité por 30 minutos más. Una vez levantada –ahora si definitivamente- mientras me alistaba,  decidí ponerme la medallita que mi hermano le regaló al bebe (en ese momento aún no existente) en navidad (digo, si el regalo era para que se lo ponga a él y él está adentro mío, y la idea es que lo cuide, entonces me pareció apropiado ponérmelo yo, ¿lógico, no?).

Llegamos tempranito al consultorio (previa valeriana para Alberto). Nuestra cita era las 9:30am pero estábamos ahí desde las 9am. Para nuestra buena suerte el paciente anterior a nosotros no llegó y, luego de medirme la presión, preguntarme mi talla y mi peso, nos hicieron pasar rápidamente al consultorio del Dr. Kosztin, mi médico.

El doctor, que me conoce casi desde que llegué a Budapest y que sabía que queríamos un "hungarito", estaba contentísimo con mi embarazo (“Oh!! I am very glad!!”  decía a cada rato). Me hizo las preguntas típicas, y luego me hizo pasar al cambiador para prepararme para la ecografía. ¡Por fin íbamos a ver al bebe!

Todo salió bien, todo estaba como debía estar según el doctor pero para mí igual fue medio desilusionante. ¡Básicamente porque no vimos al bebe si no más bien a sus futuros aposentos!

Siempre he leído en todas partes –y de hecho es así según me confirmó el Dr. Kosztin- que las semanas de embarazo se cuentan desde el primer día del último periodo menstrual (y la fecha de parto se calcula para 40 semanas después de ese día). Así, aunque la concepción no ocurre normalmente en ese momento sino después -de hecho en mi caso ocurrió 19 días después-, yo tendría según esa teoría 6 semanas y 1 día y, por lo tanto, de acuerdo a lo que había leído, había la posibilidad de oír los latidos del bebe.  Bueno, resulta que esto no es tan definitivo como yo creía, sino que hay otros factores que definen el número de semanas. Uno de estos factores es el grado de desarrollo del embrión o del saco amniótico.

Por estos otros factores, mi ecografía indicó que tengo más bien entre 4 y 5 semanas de embarazo ya que se veía el saco amniótico pero aún estaba vacío (el doctor dijo que una vez que se vea el embrión y que lo pueda medir podrá dar con más precisión el número real de semanas). Yo sé (y lo sabía antes ir) que esto es normal porque ya me lo habían comentado algunas amigas pero  en el fondo de mi corazón albergaba la esperanza de poder escuchar los latidos del corazón de mi hijit@,  así como quien ya se relajaba un poco más con la tranquilidad de saber que una vez que se oyen los latidos, las posibilidades de que algo salga mal se reducen considerablemente. Pero ni modo, habrá que esperar 4 semanas más (¡que seguro se me van  a hacer un poco largas!) y tendré que tener en consideración para mis próximas lecturas que, al final, las semanas se pueden contar de más de una forma y teniendo en cuenta más de un factor. Eso sí, los cálculos del Dr. Kosztin y los míos estaban casi de acuerdo con respecto a la fecha posible de parto,  él dijo 7 de diciembre, yo digo 10 (bueno, no yo, mi aplicación que calcula en función a la fecha de concepción). Así que por ahí estamos.



Luego de la ecografía el doctor me dio las indicaciones básicas. No teñirme el pelo (cosa que no hago nunca…¡aunque no falte mucho para que empiece!), no pintarme las uñas, tener cuidado con el pescado - especialmente si es crudo-, tomar mis vitaminas siempre, hacer deporte moderado (¡dijo claramente que nada de kickboxing!), no tomar alcohol (pero dijo que una cerveza o una copa de vino tinto de vez en cuando no eran perjudiciales), no fumar, no tomar baños de tina calientes o ir a los baños termales de Budapest  y creo que nada más. Me gustaron sus indicaciones porque, si bien yo las sabía todas, fue bastante relajado al momento de darlas y no prohibió  dramáticamente casi nada (o al menos algunas cosas que se que algunos médicos prohiben). En ningún momento trató de asustarme sino todo lo contrario.

En algunas páginas web uno lee (o también escucha decir a la gente ) que hay que “dejar de tomar café”, “no comer queso feta”, “no comer nada crudo”, pero ni en Italia les prohíben el café a las italianas embarazadas ni en Grecia el queso feta a las griegas y no creo que en Japón dejen de comer sushi al 100% durante el embarazo (lo de Italia y Grecia lo sé por cierto, lo de Japón tendría que averiguarlo). Al final yo creo que el secreto está en tener cuidado, comer muy sano y estar atento pero sin ser extremista (ni obsesiva) en nada. Definitivamente no pienso comer sushi todos los días pero quizás luego de pasados los tres primeros meses me anime a comer un roll o a probar un poquito de ceviche o de tiradito de pescado (como he visto hacer a más de una mujer encinta); no comeré mi ensalada griega que tanto me gusta una vez a la semana como solía hacer pero un pedazo de queso feta una vez al mes tampoco creo que me vaya a matar (como no ha matado a alguna amiga comer queso no pasteurizado de vez en cuando). Lo mismo con el café, yo no soy especialmente cafetera y puedo prescindir de él pero mi café semanal con mi amiga Jessica en alguno de los hermoso cafés de Budapest seguro que me lo tomaré. Al final, bastantes de estas recomendaciones tienen mucho que ver con el país en el que nos toca estar embarazadas, con sus tradiciones y  cultura gastronómica (y lo mismo ocurre con el protocolo médico para el periodo de embarazo: los diferentes exámenes que se hacen a la mujer encinta varían de país a país -cosa que yo no sabía, pero esto ya será motivo de otro post).


Finalmente, el doctor me mandó unos análisis de sangre para la próxima semana y una cita con el oftalmólogo porque resulta que los problemas de visión también son típicos del embarazo y  es uno de los pocos síntomas que estoy sintiendo yo. Eso es todo por ahora, ¡más reportes médicos en 4 semanas! ¡así que paciencia (me lo estoy diciendo más a mi que a ustedes)!


martes, 10 de abril de 2012

El poder de un babero.


Todos estos días, desde que nos enteramos de nuestra próxima e inminente paternidad y como ya les comenté, he estado muy rara. Hasta ayer no sabía ni cómo explicarlo. Tenía momentos de emoción absoluta en los que como que me daba cuenta de lo que estaba pasando y le decía a Alberto “¿te has dado cuenta que somos 3 en esta casa?” (y él me respondía que “somos 2 y un “poquito””) y luego otra vez sentía la misma “rareza”. Conversándolo con una amiga –mejor dicho “skypeándolo”-, tratando de poner en palabras lo que sentía (o lo que no sentía) encontré finalmente la palabra que buscaba. Estaba adormecida. Eso era, era como que no sentía nada.

Los que han estado en contacto conmigo en los últimos meses saben que, aunque siempre estoy o soy bastante feliz –mi teoría es que la felicidad más que momentos es un estado-, últimamente estaba particularmente contenta. Tenía un plan para mí. Había decidido volver a estudiar, reentrenarme y hacer un “cambio” de carrera (más que un cambio, había decidió tener una carrera alternativa) que me permitiera trabajar desde cualquier lugar del mundo, de manera flexible.  ¡Perfecta para mi  tipo de vida! Estaba por viajar Londres para estudiar Life Coaching, con la emoción de organizar todo (emoción que estaba siguiendo a la emoción anterior de hacer mi investigación para ver en qué escuela y dónde estudiar), de sacar mi visa, etc. Estaba feliz pensando en todo lo que iba a hacer después del curso, hacer mi página web, buscar clientes, tener algo mío. Estaba realmente eufórica.

Había surgido también la posibilidad de un trabajo en Budapest, uno bueno, en una empresa internacional, que me permitiría poner en práctica mi carrera mientras planeaba y preparaba todo para iniciar paralelamente la práctica del life coachingPor otro lado, estaba participando en Expatclic -una página web para mujeres expatriadas- como traductora y redactora, descubriendo un nuevo interés por la escritura, y además –como alguien me había sugerido que hiciera- estaba “pagándome algunas deudas a mi misma”: había retomado el francés, empezado a hacer yoga de manera constante y recientemente, había vuelto a correr, de hecho, hasta estaba pensando en entrenarme para la media maratón de Budapest. Estaba realmente llena de planes y proyectos, llena de metas.

Encima, mi matrimonio era “perfecto” (entre “comillas” porque ya sabemos que no existe perfecto y menos en el matrimonio). Alberto y yo, con todas nuestras diferencias, culturales y de todo tipo (y todos sabemos que somos muy diferentes), habíamos logrado un equilibrio excelente. Nos la pasábamos súper bien siempre, nos reíamos como locos todo el tiempo, teníamos miles de bromas internas, en verdad no podía pedir más a la vida (bueno, si podía: salir embarazada pero digamos que estaba feliz y tampoco creía que el no tener un hijo –siempre existía la posibilidad de que quizás no pudiéramos tenerlo- me frustraría la vida). Estaba en una etapa de conocimiento de mi misma que nunca había tenido, había crecido mucho en lo personal y estaba realmente contenta y agradecida con la vida, con la suerte que tengo, con todo.

Es en este contexto que llegó la noticia de mi embarazo. La noticia más esperada de los últimos meses/años. Ustedes dirán “¡Perfecto! ¡La cereza en la torta!”. Y si, en teoría si (bueno, y en la práctica también) pero no se sintió así en el momento. En el momento, junto con la alegría inmediata de ver el resultado positivo, se me descuadró un poco el plan (ojo que no he suspendido ninguno de los planes mencionados, bueno, si uno, el de la media maratón –como que no es el mejor momento-, ah, y el del trabajo -¡dudo que me vayan a querer estando embarazada!- pero lo del coaching sigue en pie, el viaje a Londres lo haré, el yoga continuará en su versión prenatal, seguiré en Expatclic, y así, la vida sigue como antes…casi) y empecé a armar (y, de hecho, sigo armando) el nuevo esquema en mi cabeza. Empecé a pensar (y sigo pensando) en cómo voy a hacer todo al mismo tiempo: buscar los clientes, preparar mi web, buscar el departamento nuevo, comprar las cosas del bebe, ir a Lima. Nótese que además, esto de hacer todo en paralelo no tiene nada de particular ni de física cuántica, la mayoría de mujeres trabaja mientras están embarazadas y preparan la llegada del bebé –y en circunstancias distintas, para mi hubiera sido igual-, es simplemente que yo no lo tenía previsto, como que a pesar de estar buscando el embarazo, no había realmente procesado la posibilidad de que podía pasar justo ahora, justo cuando voy a empezar cosas nuevas que aún ni siquiera son parte de mi rutina.

Luego de la noticia, la felicidad que venía sintiendo se fue, ya no me emocionaba el coaching, ni pensaba en mi viaje a Londres -lo que si permaneció fueron las ganas de escribir-, quedé adormecida, totalmente entumecida, como si me hubiera “dormido” como cuando se duerme una pierna.  Y no sentía nada (o no mucho), me sentía rara cuando veía la emoción de la gente cuando le dábamos la noticia y parecía que estaban más emocionados que yo. No me creía –salvo en los escasos momentos de extrema alegría que asomaban de vez en cuando- que adentro mío hay una persona en proceso; como dirían los mexicanos, “no me caía el veinte”. La verdad es que, a pesar de que a nivel intelectual entendía que era normal lo que estaba sintiendo- estaba bastante desilusionada conmigo misma, con mi reacción, con el hecho de no sentir nada.

Este post es justamente para decir que desde hoy ya no me siento adormecida (en realidad, no pensaba escribir hasta tener la cita con el doctor), que creo que el adormecimiento pasó. De hecho, terminó hoy, en la mañana, a las 7:30am, apenas me levanté y vi un correo que me envió mi hermano en el que me decía que le había comprado su primer regalo al bebe (en realidad segundo regalo porque el primero se lo compró antes que existiera, en navidad y no cuenta para estos efectos): un babero celeste (bien confiado él de que será hombre) de Harley Davidson. Con sólo ver el babero algo cambió dentro de mí. No sé si es porque hizo más real el hecho de que, efectivamente, voy a ser mamá en 8 meses y porque me hizo acordar de todo lo lindo del proceso, de los meses que se vienen (a mí siempre me ha ilusionado MUCHISIMO el embarazo y la panza), de las cositas lindas que le voy a comprar o porque simplemente se necesita 1 semana para asimilar una noticia como esta. Yo quiero creer que es más lo primero.

¡Gracias Julio, me devolviste la emoción que tanto extrañaba! ¡Estoy segura que vas a ser el mejor tío!


Su primer regalo

viernes, 6 de abril de 2012

Compartiendo la noticia…

He esperado unos días antes de escribir nuevamente para darme un poco de tiempo a mi misma para procesar la noticia y todo lo que implica (y también porque, para ser sincera, no he tenido mucho tiempo).

Hace dos días, es decir al día siguiente de habernos enterado del embarazo a través del test de orina, fui tempranito a confirmar la buena nueva  con el examen de sangre. Cinco horas después, ¡todo estaba confirmado! Me habían dicho que los resultados estarían a las 4pm pero que si estaba muy apurada podía llamar a las 3pm. Obviamente llamé a las 3:01pm y ¡los resultados ya estaban! Acto seguido, me preparé para llamar a mis papás (mientras Alberto, por su lado llamaba a su mamá). Me daba vueltas el estómago de los nervios…no estoy segura por qué, pero se sentían las típicas mariposas en la panza.

Llamé a mi casa, les dije que se conectaran a skype (mi mejor amigo desde la primera vez que viví en el extranjero) y que prendieran la cámara web. Acto seguido les dije que los llamaba para felicitarlos porque iban a ser abuelos. Mi mamá ya sabía la noticia que le iba a dar desde antes que terminara de dársela e inmediatamente abrió la boca, se la tapó y empezó a llorar (¡parece que es la reacción familiar!). Creo que nunca la había visto tan emocionada. Mi papá, por su lado, estaba inmóvil. Quiero creer que de alegría pero pienso que fue más de shock. No se movió (literalmente) por varios minutos y luego sólo atinó a preguntar “¿para cuándo es?” y otra vez se quedó mudo e inmóvil. Creo que un papá nunca está preparado para que su hija sea mamá (así como tampoco lo está para que su hija se case –al menos el mío no estaba) pero habría que preguntarle a él el por qué de la inmovilidad.

Luego era el turno de mi hermano, a él lo agarré medio dormido pero su alegría fue aumentando conforme empezaba a despertarse. Sé que si se lo hubiera dicho cuando estaba 100% despierto, hubiera dado de saltos por su cuarto (y no estoy exagerando, así hubiera sido). Las siguientes fueron mis abuelas y mis tíos y finalmente a mi mejor amiga (quien también lloraba y saltaba en su casa). Era tan bonito ver como todos se emocionan tanto por ti, como se alegran de corazón mientras uno sigue medio en shock.

De mis amigas locales, ya le he dicho a una pero como dije que lo haría, es decir, en persona. Necesitaba poder contarle a alguien que, además de decirme lo feliz que estaba por mi o que además de llorar de alegría, me diera un abrazo. Y mi amiga Iris hizo todo eso y más. Me dio seguridad cuando le dije que estaba asustada diciéndome que de sus amigas yo era la que más preparada estaba para ser mamá. Ahora sólo me falta creérmelo a mí.

No me malinterpreten, estoy feliz…pero no sólo estoy feliz, también estoy asustada, nerviosa, preocupada y si, aún en shock (aunque hoy un poco menos que ayer y antes de ayer, así que la tendencia es positiva). La primera noche luego de saber del embarazo no dormí sino hasta las 2:30am y me levanté como siempre a las 7am, eran puros nervios y estrés.  Me la pasé pensando en la logística y en la parte administrativa de todo esto (que si nos tenemos que mudar de departamento, que cómo irá a ser dar a luz en un hospital húngaro, que si Alberto se pondrá más nervioso con el tema del trabajo ahora que seremos tres, que cómo cambiará mi relación con Alberto no sólo con el nacimiento sino durante el proceso, y así).

Por otro lado, resultó ser que soy menos optimista de los que pensé, me la pasé también pensando en todo lo que podía salir mal y empecé a cuestionarme si debí haber dado la noticia así de pronto (de hecho, no le he dado aún la noticia a muchas amigas a las que en teoría ya se las “debería” haber dado y creo que lo iré haciendo poco a poco, conforme los nervios se vayan calmando y conforme me vaya saliendo espontáneamente). Medio que tiré a la basura mi teoría de toda la vida (ver post anterior)…poco a poco  la estoy suscribiendo nuevamente.

Y es que la verdad es que yo pensé que con todo lo que hemos querido y esperado este embarazo, lo único que se podía sentir es alegría (¡qué equivocada estaba!). Creía que se sentiría diferente, que yo me sentiría distinta, no estaba siendo lo que me había imaginado… La realidad fue que me sentía muy rara y se me salían las lágrimas por nada, mejor dicho, se me salían porque me sentía rara y porque no era lo que esperaba. Y eso me daba aún más pánico porque no quiero convertirme en una embarazada hormonal que llora por todo, ¡yo que soy normalmente tan racional! ¡Yo no soy esa persona que piensa en todo lo malo que puede pasar y que llora por nada!

Como me decía una prima cuando le comenté cómo me sentía (¡gracias Deb!), al parecer las mujeres tenemos una idea muy romántica de esto del embarazo y de lo que se siente al momento de enterarse de la notica (todo por culpa de las películas). Teóricamente una (y quizás también los futuros padres) debería alegrarse hasta las lágrimas y ser SÓLO y exclusivamente inmensamente feliz. Pues no es así (lamento reventarle el globo a los que están leyendo y todavía no son padres) o, por lo menos, no fue así para mi (si, para mí, la optimista del grupo, la “pink” como me llama mi amiga Denise, la que venía queriendo un embarazo desde hace 2 años). Y si lo piensan bien, es bastante lógico asustarse, ponerse nerviosa y hasta tener pánico. El día que te enteras de tu embarazo, sabes, a ciencia cierta y sin lugar a duda alguna, que tu vida cambió para siempre y que, como me dijo un ex jefe hace unos años, NUNCA más en tu vida dejarás de preocuparte por algo (¡a ver díganme si no es para asustarse!). La verdad es que para la vida y para la muerte uno no está preparado nunca.

Con el paso de estos dos días ya las cosas están mejorando, ya el pánico y el shock están cediendo paso a la emoción y a la ilusión. Me sigo sintiendo un poco rara, pero ahora más “rara bonito”, ahora me siento especial, me siento especial porque sé que, aunque no lo siento (porque además físicamente sigo sin sentir NADA, cosa que agradezco por cierto), tengo a mi futuro hijit@ en la panza…que dentro de mi está creciendo una personita nueva y si eso no hace sentir especial a alguien, no sé qué puede hacerlo.

Aunque no se bien todo lo que está pasando por la cabeza de Alberto en estos momentos, creo que a él le ha pasado algo más o menos parecido, él también se ha asustado un poco (cosa que tampoco ayudó mucho con mi propio susto porque yo, ilusamente, pretendía verlo sólo y exclusivamente feliz, saltado en un pie y no pensé que para él también todo era un poco un shock), él también está procesando y él también tiene que, a su forma, encontrar la tranquilidad y empezar a creerse que todo saldrá bien y que será un papá excelente (cosa de la cual yo estoy 100% convencida y no he dudado nunca ni por un minuto).

miércoles, 4 de abril de 2012

Y hoy me enteré…

Después de largos meses de búsqueda[1], hoy vi por primera vez esas dos rayitas que todas las mujeres que queremos un bebe soñamos con ver y que confirman que estoy embarazada. Ni siquiera sé cómo describir el momento, no sé ni qué pensé, ni que sentí. La verdad, aunque tenía mis sospechas de que estaba encinta, pensé que todavía era muy pronto para ver un resultado positivo  y me esperé ver una raya sola. Grande fue mi sorpresa cuando me acerqué al test (que por cierto era uno de estos de orina MUY baratos) y vi dos rayas. Mi primera reacción fue abrir la boca y tapármela. Luego no supe qué más hacer. Luego de los primeros segundos de shock corrí a buscar otro test, ahora uno más confiable (¡si, había comprado 4 pruebas, dos baratas y dos más serias!). Bien tranquila me fui a esperar al comedor a esperar los 3 a 10 minutos que se suponía tenían que pasar para ver los resultados…pero no me aguanté y como al minuto 5 (o quizás 3) ya estaba yo yendo a mirar el resultado: Y ahí estaba, inconfundible un “+” que significa “embarazada”. Otra vez abrí la boca y me la tapé, sentí escalofríos y, una vez más, no sabía que más hacer. Seguir haciéndome tests no me parecía una idea muy razonable. Así que me puse a pensar en cómo le daba la noticia a mi esposo: ¿lo llamaba por teléfono al trabajo, me aguantaba hasta que viniera en la noche (eran las 11am cuando me enteré), no le decía que me había hecho el test y hacíamos uno juntos mañana en la mañana (y yo me hacía la sorprendida)? Lo único que sabía es que él tenía que ser la primera persona en saber y sentí que, por apurada y por no esperar un día más, había malogrado un momento que debimos haber compartido los dos (yo sabía que a él no le importaría que lo haya sabido yo primero). Pero bueno, ya estaba hecho…



Luego de dar vueltas por el departamento por varios minutos pensando qué hacer (porque mientras todo esto pasaba yo tendía ropa recién lavada, arreglaba los documentos que acababa de traer a la casa, escribía un mail…claro, la verdad es que no hacía ninguna de esas cosas porque en realidad caminaba, me sentaba, me volvía a parar y así), decidí llamar a mi esposo. 


Cuando me contestó le pregunté si podía hablar y en el preciso momento en que me dijo que sí, me eché a llorar y, entre sollozos, le dije que estaba embarazada. Y lloraba y lloraba…supongo que de alegría, de nervios, un poco de miedo tal vez…pero lloraba…lloraba pero estaba feliz. ¡Por fin, después de tanto tiempo,  estábamos esperando a nuestro primer bebé!

Luego de emocionarnos juntos por teléfono, empezamos a bromear y a reírnos (porque ya desde el fin de semana habíamos estado hablando de la posibilidad de que estuviera embarazada y le decíamos a nuestro potencial hijit@ que se agarre fuerte) y a trazar el plan de comunicación a la familia y amigos.

Para los que no conocen a Alberto tan bien (o a mi), él es de las personas que siempre piensa en los riesgos y en las cosas que pueden salir mal (deformación profesional le llama él). Yo, por el contrario, soy de las personas que piensa que todo saldrá bien (y si no salen bien pues ya en ese momento manejo la situación). Dicho esto, se imaginarán que Alberto siempre DECÍA que el día que estuviera por llegar nuestro primer hijo, no le diríamos a nadie, NADIE, hasta después de los 3 meses, cuando ya hubiera pasado el periodo de riesgo. Yo, por el otro lado, digo que, si bien no lo publicaría en Facebook hasta pasado el peligro, si se lo diría a mi familia y mis amigos más cercanos (que, eso sí, no son pocos). No es que yo no sea consciente de los riesgos del primer trimestre, de hecho conozco a muchas mujeres que han sufrido pérdidas en este periodo, pero mi teoría es que el que la gente lo sepa o no, no hace más o menos probable una pérdida (cosa que espero no me suceda) ni más o menos difícil superarla si es que ocurre y que, tomando en cuenta que el embarazo son sólo 9 meses y que los voy a pasar lejos de mi familia y amigos –y por lo tanto, no lo voy a poder compartir con ellos como lo hace la mayoría-, quiero que lo vivan conmigo a la distancia desde el primer momento.

Como ya habrán notado, cuando me referí a Alberto escribí DECIA y no dice…y es que si, con la emoción de la noticia, poco le faltó correr gritando por la oficina. Ahora Alberto DICE que si vamos a contarlo y yo no puedo estar más feliz por eso. Dicho esto, el plan es que, una vez que tengamos los resultados del examen de sangre –que, felizmente tendremos mañana-, empezaremos por decirle a nuestros padres y a mi hermano y de ahí, poco a poco, a nuestra familia y amigos.

Yo hasta el momento he logrado aguantarme y no he llamado a ninguna de mis amigas locales, ni siquiera a las que han sido mis confidentes en el proceso de querer tener un hijo). Y debo decir que no me ha costado tanto no hacerlo. No lo he hecho no sólo porque aún no tenemos el resultado del análisis de sangre - de hecho, no pienso hacerlo tampoco mañana cuando lo tenga-,  sino porque no quiero perder ninguna oportunidad de dar la noticia en persona (como para compensar por todas las veces que tendré que darla por skype y/o teléfono a la gente que más quiero). Así es que nuestros amigos de Budapest tendrán que esperar hasta que los veamos (¡pero obviamente voy a empezar a organizar formas de verlos!), se los diré sólo cuando pueda ver sus caras al darles la noticia y pueda sentir como se alegran por nosotros. 

Una cosa curiosa, por meses me he preguntado cómo le diría a mis papás y a mi hermano esta noticia y hoy, que finalmente ha llegado el momento de hacerlo, no puedo pensar en nada que me convenza. Creo que apostaré por skype y por la espontaneidad del momento, por lo que me salga del corazón, que seguro va a ser lo más sincero. Pero sea como sea que lo haga, auguro una buena dosis de lágrimas en ambos lados de la computadora. ¡Por fin tendremos nuestro primer hijo/nieto/sobrino!

PS: Para los interesados en la parte médica que se están preguntando cómo me siento, me siento bien, de hecho podría casi decir que no siento nada. Por ahí un hincón suave a la altura de los ovarios (sobre todo en el lado derecho) y un leve dolor de cabeza, pero nada más.

3 de Abril de 2012

[1] Búsqueda que me imagino merecerá un post especial en este recuento de mi embarazo.